Muerte y Sociedad

Las diferencias en las actitudes sociales frente a la muerte y la vivencia de la pérdida de un ser querido, se encuentra determinada en cierta medida, por las introyecciones a través de la historia de cada persona sujetas al contexto social en el que nace y se desarrolla, lo cual permite construir un concepto individual de muerte que es a la vez compartido con la cultura en la que se está inscrito, estableciendo diferentes prácticas y rituales que evidencian la interpretación y significación cultural.

Así, en sociedades como la Grecia antigua la experiencia de la muerte fue concebida como un fenómeno tolerable, asumible y que devenía de una lógica natural, tanto así que se escribieron libros sobre el "buen morir" en los que se significaba la muerte como un acto solemne y colectivo, que por ende era compartido con la comunidad, convirtiéndose en un suceso público en el que participaban todos.

Por otro lado, en la época de la pre-modernidad en sociedades occidentales, la muerte solía significarse como parte natural de la existencia y fin del ciclo vital. La experiencia de la pérdida de un ser querido acontecía en el domicilio familiar donde se velaba y se compartía de manera grupal,  involucrando a todos sus miembros, amigos, vecinos, familiares cercanos y lejanos, personas de diferentes edades, incluso a los niños desde muy pequeños, asumiendo de este modo una comprensión colectiva del acontecimiento de la muerte como realidad inexorable.

No obstante, tras el nacimiento de la instituciones en la modernidad, el morir tuvo un lugar exclusivo que lo cualificó como un hecho privado y clandestino, alejándolo de la comunidad y rigiéndola al ámbito de la salud  y la medicina, lo cual también propició el surgimiento de los tanatorios que pasaron a sustituir a los antiguos velatorios del hogar.  Es a partir de ello que para algunos de los países industrializados de occidente u occidentalizados,  la muerte se convierte en un tabú, una realidad que se asume con resistencia, malagana o que por lo contario se intenta negar y alejar, razón por la cual no hay lugar, ni aceptación a la enfermedad  y a la vejez, como tampoco al dolor y  la tristeza,  censurando  en la mayoría de las ocasiones su expresión emocional.  Dichos aspectos se relacionan  con una lógica de vida basada en la búsqueda del placer, el culto a la juventud y la sociedad del bienestar. La muerte es entonces comprendida como una cuestión que es evitada, que se previene y se oculta por medio de tratamientos biomédicos  y estéticos que otorgan al ser humano la sensación de dominio sobre la misma.

Si bien esta es la comprensión que le ofrecen algunas de las sociedades actuales, existen otras perspectivas que difieren y toman distancia de esta visión para hacer de la experiencia de la muerte una celebración, acompañada de rituales de fiesta y jolgorio.  Así,  en culturas como la mexicana y del Pacífico Colombiano, se asume como un acontecimiento importante, vivido con aceptación y esperanza. Consideran que el difunto participa de todo lo que sucede, por eso existe un profundo respeto hacia él y su tumba, presentando un carácter sagrado. La muerte es considerada como un comienzo y no como aniquilación o fin, razón por la cual se acompaña al difunto con cantos y prácticas musicales tradicionales, ya que si estos rituales no se llevan a cabo, la creencia cultural dictamina que el alma del difunto estaría destinada a errar por el mundo.

Vemos así que la muerte no tiene una sola perspectiva, ni una sola visión; es una cuestión que constituye diferentes imaginarios sociales; un tema que ha sido siempre y es para el hombre inspiración de profundas reflexiones, existiendo una diversidad de maneras de significarlo,  pero sin lugar a dudas es importante considerar que sobretodo es y será siempre un hecho y un destino inexorable de todo ser, una realidad desconocida en la que se entretejen numerosas creencias culturales mediante las que el ser humano intentará continuamente  explicarla y para la cual no hay ni habrá una verdad absoluta, ni complemente certera.

Geraldine Calderón Ramírez

Psicóloga UNAME