La pérdida es algo inherente al ser humano. Para entender la experiencia de la pérdida, suele ser útil reconocer su omnipresencia en la vida humana.
A lo largo de nuestra existencia nos enfrentamos a multitud de situaciones de pérdida. Desde la infancia, cuando un niño pierde su juguete predilecto o su lugar como hijo único. Así como en la adolescencia, cuando perdemos nuestro primer amor o a nuestra amiga del alma, y también en la adultez, cuando perdemos un trabajo, una pareja, un rol o renunciamos a un sueño que terminamos por asumir inalcanzable. Crecer implica perder, dejar atrás. Cada decisión supone una renuncia. Todo cambio, aunque nos enriquezca, también implica algo de pérdida… vivir, a fin de cuentas, es una acumulación de pérdidas, aunque también de aprendizajes. En cierto modo, perdemos algo con cada paso que avanzamos en el viaje que la vida. Perdemos objetos, lugares, momentos, ideales, sueños, metas y, por supuesto, perdemos personas a las que queremos. Aunque toda pérdida supone un duelo, podríamos decir que la muerte de un ser querido es la pérdida por antonomasia. Es en este tipo de pérdida, que todos experimentamos a lo largo de la vida, donde el duelo aparece en todo su esplendor y se manifiesta con toda su crudeza.
El duelo es un proceso único e irrepetible, dinámico y cambiante cuya forma de presentación varía entre personas, familias, sociedades y culturas. Durante mucho tiempo, las teorías tradicionales sobre el duelo presentaban a los dolientes como víctimas, como sujetos pasivos de una experiencia no elegida que deben superar, pero sobre la que tienen poco o ningún control. Esta concepción del duelo, presupone que las personas que han sufrido una pérdida poco pueden hacer con su dolor más que esperar que “el tiempo cure sus heridas”. Hoy en día, sin embargo, se defiende una concepción del duelo diferente, otorgando un papel activo al doliente, quien, para superar la pérdida, no solo tendrá que transitar por el dolor de la ausencia, sino que tendrá que enfrentarse a una serie de desafíos o tareas para una adecuada elaboración del duelo.
Por lo tanto se debe tener en cuenta que cada duelo es único, ni todas las personas viven igual el proceso de duelo, ni la misma persona atraviesa de la misma manera diferentes duelos.
– El duelo es un proceso, palabra que implica tiempo. Cada persona necesita una cantidad de tiempo diferente, conviene ser paciente y no intentar acelerarlo.
-El duelo no es una enfermedad, aunque puede compartir sintomatología con otras categorías diagnósticas, como ansiedad o depresión. Destacan síntomas como la sensación de ahogo, la falta de ilusión, el agotamiento, la hipersomnia o el insomnio o los síntomas somáticos.
-Conviene aceptar y compartir los diferentes sentimientos que surjan en relación con la pérdida. Para aceptar que nuestro ser querido ya no está, hay que hablarlo, recordarle, compartir el dolor y expresar las emociones que le acompañan cuando lo necesitemos.
– Es importante intentar mantener la rutina en la medida de lo posible. La vida continúa y es posible que otras personas nos necesiten. Realizar actividades que nos resulten satisfactorias puede ayudarnos a sobrellevar el dolor y pueden favorecer emociones positivas.
-Cuidar tu salud, en ocasiones el dolor puede hacer que descuidemos la alimentación, el ejercicio y los buenos hábitos, repercutiendo en nuestra calidad de vida e influyendo negativamente en nuestro estado anímico, favoreciendo la sensación de malestar.
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Diana Fernanda Monroy Ladino
Psicóloga clínica con psicoanalítica
UNAME, UNIDAD DE APOYO EMOCIONAL Y ESPIRITUAL